Este texto de San Agustín retoma y reivindica la tradición antigua de los tratados de vita beata, tan bellamente desarrollada por autores como Séneca o Cicerón.
En el caso del padre de la Iglesia, la travesía que conduce a la felicidad pasa por reconocer las doctrinas fallidas, erróneas, por las que se dejó seducir en su juventud hasta encontrar en Platón el camino seguro, pero cristianizado, hacia la filosofía.
El tratado desarrolla dos metáforas muy persuasivas: la del mar, en el que cabe naufragar, pero también navegar con rumbo cierto hasta un puerto seguro; la de la montaña, en la que muchos se despeñan, pero algunos, los sabios felices, logran que su espíritu repose contemplativamente.