La tercera carta encíclica del Papa Francisco, destaca por ser el documento que mejor y más detenidamente refleja el «pensamiento social» del pontífice. Inspirada por la figura conciliadora, dialogante y humilde de san Francisco de Asís, ofrece una contundente y decidida reflexión sobre la fraternidad y la amistad social en un mundo que parece desmoronarse. Cada vez más cerrado al encuentro. Huérfano de esos proyectos comunes que aportan soluciones eficaces a la cultura del descarte. Es una preocupación constante en la mirada de Francisco al mundo, pero que, en plena pandemia del coronavirus, se vuelve imprescindible para encontrar nuevas oportunidades de bien común.
Una encíclica social llena de valientes denuncias que afectan a graves situaciones de la actualidad social, política, económica y laboral. Y, sobre todo, de propuestas de transformación, entendimiento y cooperación que arrancan desde el corazón de cada uno hasta las instituciones internacionales –incluída la propia Iglesia–. Se trata en definitiva, de un plan para reactivar el latido de la humanidad, alejado de la cerrazón, crispación, la decepción y manipulación del lenguaje y las imágenes.
Un sueño muy claro de ese Reino de amor fraterno y justicia, pero para nada utópico, que conviene leer, interiorizar y empezar a poner en marcha.