Podemos decir que el agudo y doloroso malestar existencial que constatamos en muchos contemporáneos nuestros se debe a la falta de respuesta a la cuestión clave sobre el sentido último de la vida. Se hace necesario proponer hoy la cuestión de Dios con mayor firmeza, de una manera genuina y honesta, con apertura de espíritu y sin prejuicios. Y esta cuestión es universal, pues todas las grandes civilizaciones han nacido a partir de una precisa experiencia de Dios.
En estas últimas décadas, y de un modo creciente, gracias sobre todo a los medios de comunicación y a los descomunales movimientos migratorios, las religiones empiezan a encontrarse y contrastarse entre sí. Todo esto representa un desafío enorme a la imagen cristiana de Dios, que está llamada a reencontrar en la originalidad del acontecimiento de la revelación en Jesús la posibilidad de dialogar y de interpretar teológicamente el significado del pluralismo de las religiones en el único proyecto divino de salvación. Esto implica dilatar las categorías de comprensión propias del cristianismo –que hasta ahora estaban modeladas en su mayoría por el encuentro con la filosofía griega y las culturas de los pueblos de Occidente– a una escala más universal y más coherente con el acontecimiento de Jesús.