Prólogo
La vida misma es un hecho tan admirable como extraño. Toda nueva vida viene con la doble condición necesaria de que hay que vivirla y, además, hay que perderla más tarde o más temprano. Además, hay que vivirla, siendo cada cual, aquel que es.
El bebé, al nacer, ya viene con mucho dado, con su origen genético propio de la especie y de la combinación de sus padres; con el lugar y la fecha en la que nace; con la presencia, o no, de ambos padres; con una atmósfera cultural y social; con sus vulnerabilidades orgánicas o sus enfermedades…
Visto retrospectivamente, todo ello se percibe como producto del azar o de la suerte, y también se puede ver así una gran proporción de los lances, los eventos, los avatares y las condiciones que han incidido en el propio ser a lo largo de la vida.
Todo eso es pura contingencia, suerte o azar, que determinan muchas de las condiciones que un ser vivo contendrá en su vida.
Ahora bien, mientras ese ser nacido no adquiera conciencia, ni de ser ni de nada exterior a él, solo puede verse desde fuera como una pequeña partícula de vida disuelta en un ecosistema que contiene miles de millones de ellas, la cual no es propiedad de nadie, ni tan siquiera del propio ser.
No obstante, dicho ser está programado de modo natural para que en él emerja algo tan asombroso como una identidad de ser algo en vez de nada y de ser algo distinto de cualquier otro ser vivo.
Esa simple creencia, que emerge en esa pequeña partícula de vida, tendrá que llegar a asumir una gran carga de tareas y de responsabilidades que recaerán en las capacidades que le vengan dadas y en la gestión que haga de ellas.
La vida que le aguarda es una empresa de resultado incierto, con la previsión de que estará llena de riesgos y peligros, sin encontrar seguridades ni garantías de ningún tipo, salvo las que pueda hallar en sí mismo.
Ese esbozo de identidad podrá convertirse, o no, en un «yo» que irá ligado a la inestimable capacidad de tener una cierta conciencia diferencial del propio ser y del mundo exterior, por lo que no vivirá del todo a ciegas, sino con algo de luz en ciertas cosas y bastante oscuridad en otras.
Ese «yo» consciente será el auténtico protagonista que sentirá la vida del ser del que emerja y la tendrá que vivir en las circunstancias que le correspondan, con las dificultades y las facilidades que aquellas le ofrezcan.
La vida de su ser es la gran aventura que tendrá que afrontar el «yo» bajo la disyunción, que planteó Epicuro, de que «si existo yo no existe la muerte y si existe la muerte no existo yo».
Un «yo», por tanto, que solo conocerá la vida y no la muerte pero sabiendo que ésta le hará desaparecer.
Esa vida exige valentía, en el sentido de que la existencia requiere cierta valía para llevarla a efecto, pero la misma ya puede venir cercenada por múltiples problemas, que aquellos que tendrían que prestar su ayuda a quienes han nacido de ellos, no solo no se la dan, sino que les causan dificultades innecesarias.
El «yo» ha de vivir en medio, entre su ser y su existencia en el mundo, lo cual le pondrá en múltiples compromisos y tendrá que efectuar muchas renuncias, tomar una gran cantidad de decisiones, cobrar conciencia de muchas cosas que escapan a la inocente mirada de un niño, efectuar descubrimientos, unos felices y otros dolorosos y, en definitiva, constituirse en el dueño de su propio ser y llevar a efecto su existencia como mejor pueda.
El hecho de que un «yo» conozca el propio ser en todo lo posible, abre la puerta a que adquiera una mayor conciencia, tanto de dicho ser como de su propia existencia, y además, le aporta más grados de libertad para participar en su efectiva realización.
El presente libro trata de servir como un espejo fiel en el que, cuando una persona se vea reflejada en él, descubra aspectos de sí misma, razones y explicaciones de su modo de ser, de sus actitudes, de sus acciones y de sus sentimientos, y, en definitiva contribuya al conocimiento de ella misma.
Se trata de la gran aventura que afronta el «yo» de cada persona por el mero hecho de estar viva.