El presente ensayo es una audaz reflexión sobre el inagotable problema del significado y el progreso de la historia y, por ende, de la presencia de Dios en la historia y entre los hombres.
Frente al desvanecimiento del sentido y de la finalidad en la historia sucedido en los últimos cincuenta años, y a la vieja pretensión historicista, su autor asume la tarea de proponer, a partir de una visión cristiana de la historia, una vía «media» que nos permita recuperar algunas certezas sobre el sentido de las cosas.
Para llevar a cabo este recorrido se parte de un dato esencial: el cristianismo es una fe basada en un conjunto de hechos perfectamente inscribibles en un tiempo y una geografía bien precisos y que, por tanto, se encarna en la historia al igual que Jesús de Nazaret se encarnó en un día y un lugar exactos. Esto permite y exige de la Iglesia un diálogo continuo con la historia, con los hombres y mujeres de todos los tiempos, al igual que Jesús hiciera con las personas a las que encontró en las ciudades y los caminos de Palestina.