Cuando la religión se encuentra entre la Escila del fanatismo y la Caribdis de verse sustituida por la ciencia y la filosofía, es oportuno volver la vista a la figura del filósofo poeta que fue George Santayana. Enfrentado él mismo a la crisis religiosa propia de la juventud y del auge del positivismo en el siglo xix, nunca dudó sin embargo de la naturalidad del impulso religioso. De ahí que, cuando el crítico norteamericano Logan Pearsall Smith decide, en 1920, presentar al público inglés una antología de la ya extensa obra de Santayana, no ha de extrañar que uno de sus apartados fueran estos Pequeños ensayos sobre religión.
Con la intensidad y amenidad que caracterizan toda antología, Santayana ofrece en estos veintidós ensayos otras tantas perspectivas sobre la religión. Buen conocedor de las culturas latina y anglosajona, ejerce de católico entre protestantes y de protestante entre católicos, emulando a su admirado Hermes. Establece así un diálogo entre religión y filosofía que representa una de las posturas intemporales y, por eso, plenamente actual, en una cuestión nunca cerrada del todo. No pudiendo ser agnóstico, puesto que él no tenía dudas en el asunto, ni creyente, puesto que, para él, Dios es poesía, Santayana es el escéptico más abierto al mensaje religioso y más comprensivo con su impulso íntimo.
Este libro, brillante ejercicio de ironía y de lucidez extrema, ofrece un antídoto contra todo fundamentalismo, mostrando el papel que un discurso racional bien temperado puede jugar en la relación entre filosofía y religión.