Uno de los indicadores más patentes de la profunda transformación que se está produciendo en la experiencia de lo religioso es la crisis a que se ve sometida la vida religiosa tradicional. La cantidad de mujeres y hombres que han abandonado las congregaciones y órdenes religiosas, y la creciente falta de vocaciones, anuncian que el modelo actual de vida religiosa ha cumplido su plazo y es probable que no tenga continuidad por mucho tiempo. ¿Por qué se ha llegado a esta situación?
La vida religiosa nació en la segunda mitad del siglo III y tuvo su primera gran expansión en el siglo IV. Aquellos primeros religiosos no quisieron hacer apostolado, ni pretendieron cambiar la Iglesia o modificar la sociedad. No les preocupó lo que debían hacer, sino lo que tenían que ser. Al huir de las ciudades y de la convivencia social, lo que pretendieron fue desarraigarse del sistema (económico, político, legal, administrativo, social y hasta familiar) dominante en su tiempo para ofrecer un modelo alternativo de ser. Y vivir en libertad. Hoy, sin embargo, hay que hacerse esta pregunta: ¿puede aportar algo verdaderamente eficaz, para modificar el sistema injusto y violento en que vivimos, una institución y unas personas que viven integradas en ese sistema?
Los motivos originantes de la crisis actual están presentes ya desde el comienzo en la vida religiosa: la pretensión de vivir una 'vida de ángeles', más perfecta que la de los demás; una imagen de Dios ajena al Dios que se revela en el Evangelio; y, sobre todo, el puritanismo que desencadena la más cruel violencia interior que sufren los seres humanos. Hoy vemos que una vida así no puede integrarse en nuestra cultura: no tiene poder de convocatoria ni aporta lo que más necesita el mundo del siglo XXI.