«Los santos son los hombres más humanos. [...] Los santos no son héroes al estilo de los personajes de Plutarco. Un héroe da la sensación de superar la propia humanidad, mientras que el santo no la supera, sino que la asume. Se esfuerza por realizarla del mejor modo posible; se esfuerza por acercarse lo más posible a su modelo, Jesucristo, es decir, a aquel que ha sido hombre de manera perfecta» (G. Bernanos). A menudo han sido los propios cristianos los primeros en «deshumanizar» a sus santos por exceso de veneración. Pero en el fondo esto supone desconocer cómo acontece verdaderamente, en la experiencia de los santos, su proceso de «elevación». Uno llega a ser santo no porque sea cada vez «mejor» de forma excepcional o sofisticada, sino porque se «convierte» hacia el origen (Cristo) para que Él lo atraiga hacia sí con una fuerza cada vez mayor. Los santos han «mirado a Cristo» con fe, esperanza y amor y han asimilado completamente su humanidad, pero Cristo, al que han consagrado sus vidas, les ha «revelado plenamente a sí mismos», les ha hecho plenamente hombres. Para leer provechosamente el relato de sus vidas, es necesaria una condición: ser «hombres con deseo» hasta tal punto que cada Gracia que se nos conceda nos encuentre en actitud humilde para reconocerla.