Odio, violencia y emancipación son, sin duda, categorías hetero-géneas, que remiten a esferas nítidamente diferenciadas de la vida humana. Así, la primera —el odio— ha tendido tradicionalmente a ser recluida en la esfera de lo privado, esto es, a ser considerada como un sentimiento estrictamente individual. En consecuencia, se interpretaba que de su estudio debían ocuparse determinadas disciplinas (en especial la psicología, aunque no sólo ella), especializadas en el conocimiento de los diversos aspectos de la individualidad.
Ahora bien, en los últimos años se ha hecho evidente que la generalización del odio (junto con alguna otra categoría complemen-taria, como es el miedo) no puede seguir siendo analizada de forma tan restrictiva. Se odia y se teme demasiado (y a demasiadas cosas) como para seguir pensando que tales sentimientos son asunto de cada cual.
Por tanto, el odio, como cualquier otro "sentimiento social", ha de ser puesto en conexión con esos otros vectores absolutamente básicos de la vida en común que son la violencia y la (expectativa de) emancipación. La insistencia en la conexión resulta particularmente importante para diferenciar, con la mayor nitidez posible, el plantea-miento seguido en estas páginas y el defendido por quienes consideran la violencia como una constante de carácter histórico-antropológico, presente desde siempre en la especie humana y que le lleva de modo inexorable a resolver sus conflictos por medios violentos. Se trata, en definitiva, de proponer una alternativa a la tesis conservadora que se resiste a aceptar que lo existente pueda dejar de ser como ha sido hasta ahora, esto es, a cualquier forma de emancipación. O de vida en común mínimamente buena.