En los primeros tiempos del cristianismo, el término «parroquia» hacía referencia a la comunidad de cristianos que habitaban en un lugar determinado, como otro grupo más de ciudadanos. Con todo, vivir entre los hombres nunca les hizo perder su condición de «peregrinos».
Con el tiempo, la parroquia ha pasado a convertirse en una estructura fundamental para la Iglesia: gracias a ella la Iglesia de Dios se hace presente en un lugar concreto, en su seno somos engendrados a la fe, en ella aprendemos a ser cristianos en medio de la vida cotidiana, ella es presencia evangelizadora entre los hombres.
Pero tanto las circunstancias actuales como la propia exigencia de ser fiel a su identidad y misión hacen que la parroquia deba adaptarse y renovarse. Y para ello no es necesario inventar nada, sino sobre todo profundizar con sencillez en sus rasgos fundamentales: la celebración de la liturgia y la escucha de la Palabra, la comunión, el testimonio y el servicio a todos aquellos que lo necesitan.