Hace mucho tiempo que nuestra civilización perdió el eje respecto a la naturaleza de los seres humanos. Hemos sido creados para vincularnos espontáneamente con nuestro entorno, con el respeto y el equilibrio suficientes para vivir en armonía.
Sin embargo, hoy estamos perdidos. Generamos violencia, maltrato, guerras, enfermedades y malestar. La buena noticia es que los cambios para crear un contexto amoroso y solidario dependen de cada uno de nosotros: mujeres y hombres adultos.
En concreto, ¿qué podemos hacer? Los niños siempre hemos sido la guía más confiable. Se trata de reanudar el camino original, precisamos volver a la fuente. A la raíz. Y las raíces de los seres humanos somos los niños. Los niños reales que hacen parte de nuestro entorno, tanto como los niños que nosotros hemos sido o los niños que nacerán en cualquier momento. Antes, ahora o más tarde, es igual.
Los niños nacemos en eje con nosotros mismos. Llegamos a la vida terrestre sin lenguaje sin cultura sin mandatos sin juicios de valor sin moral sin miedo. Solo pretendemos desarrollar nuestro sí mismo en armonía. Una civilización respetuosa, amorosa, solidaria y beneficiosa para todos debería ser niñocéntrica. Es decir, organizada según las necesidades de los más pequeños. Adaptada a los más pequeños. Fácil y dichosa para los más pequeños. ¿Cómo haríamos algo así? Es relativamente sencillo.