La sociedad actual parece muy tolerante con las diferentes formas de amor y de sexualidad, de manera que las diversas orientaciones y prácticas sexuales se muestran públicamente. Sin embargo, subsiste el último tabú: el amor debe ser exclusivo y la pareja es su única manifestación y el matrimonio su único reconocimiento legal.
Pero este modelo monógamo está en crisis: los divorcios son cada vez más frecuentes, las familias recompuestas están al orden del día, sin hablar de infidelidades, engaños y traiciones que socavan la solidez de la pareja y que no aparecen en las estadísticas.
¿Y si el problema residiera precisamente en la creencia de que el amor sólo se puede jugar a dos?
¿Y si la exclusividad amorosa, que la mayoría tenemos como un ideal, estuviera en el origen de la posesividad y los celos?
¿Y si el compromiso con una sola pareja tuviera en su seno el germen de la insatisfacción, el enojo y la violencia?
Esta es la audaz tesis que plantea el autor, desmontando numerosas ideas preconcebidas sobre las relaciones amorosas. Y, sobre todo, muestra que el respeto y la confianza pueden surgir de los amores múltiples y asumidos.