Situados en hermosos parajes, los monasterios se alzan impertérritos al paso del tiempo, erigiéndose en testigos de nuestra historia. A través de su cocina, sencilla pero suculenta, los religiosos han conservado nuestro patrimonio gastronómico a lo alrgo de los siglos. La base de la cocina monástica la constituyen las verduras y hortalizas provenientes en origen de sus propias huertas, así como la carne que obtenían de su ganado. Todo ello sin olvidar la importancia de las plantas aromáticas: romero, tomillo, orégano y salvia perfuman los deliciosos platos que presentamos en este libro.