Desde tiempos inmemorables la representación cultural de la mujer ha estado sometida a la mirada masculina, que la ha cosificado, sexualizado, cuando no vilificado. A pesar de los grandes avances, al menos formales, para la mujer en España desde los años 80 del siglo pasado, todavía no se la suele ver en posiciones de poder, en aquellos lugares donde se toman las decisiones, ya sea en el ámbito político—solo el 38,3% son parte de posiciones altas en el gobierno, tales como las secretarías o subsecretarías—o laboral—aunque el 97,6% de las mujeres son maestras de escuela, solo el 41,3% enseñan en la universidad y los números bajan conforme examinamos posiciones más elevadas. 1 En la cultura, por ejemplo, en 2020, mientras que dos mujeres recibieron el Premio Princesa de Asturias, siete hombres fueron recipientes; 2 solo 8 mujeres forman el total—48—de los miembros de la Real Academia Española; 3 y en la Academia de Cine las mujeres también representan menos de la mitad de sus miembros. Consecuentemente, la representación de la mujer en el mundo que vivimos depende de la visión
mayormente masculina de este. Ya sabemos que la cultura que producimos contribuye a la sociedad en que vivimos. Al venir esta producción de lo que la abogada y activista sevillana Pastora Filigrana ha llamado “sistema-mundo” (2020), los productos culturales que consumimos tienden a reflejar los valores—capitalistas, patriarcales, racistas y colonialistas—que dominan este sistema.