Éramos anticapitalistas. Éramos jóvenes y anticapitalistas. Unos de manera militante, pues estaban afiliados a partidos de esta observancia, al menos en la pancarta, la retórica y el programa de papel. Otros sin militancia reconocida, pero con una decidida inclinación de rechazo hacia un sistema económico que creían perverso y causa de todo tipo de males. En los dos casos parecía que el capitalismo no tenía, o no debería tener, futuro y que lo que podemos llamar socialismo o comunismo estaba al caer, o casi. Pasaron los años y tuvimos que asumir que el anticapitalismo se había desinflado, había mostrado una cara muy desagradable en sus realizaciones prácticas, pero que muy desagradable, y finalmente se había volatilizado de manera rápida. Hoy solo queda un residuo muy residual de grupos anticapitalistas que no saben decir al personal cómo se come esto. Unos solo lo mencionan en alguna celebración conmemorativa, otros lo exhiben, aunque no sepamos lo que quieren decir con ello. Parece el hechizo vintage de una marca vacía que ya no vende nada pero que, para unos pocos, sigue siendo chula.