Pío Baroja viajó por el Maestrazgo de Teruel, acompañado por su sobrino Julio Caro, en 1930. En Mirambel encontró lo necesario para armar una novela: una tierra impresionante, abrupta y clara, de sobria grandeza, con un convento detenido en su austero misticismo y un pueblo muy romántico, labrado por leyendas truculentas, historias de templarios y episodios de la guerra carlista. Además de contar, de la mano de Aviraneta, la entrada de Cabrera en Berga, Baroja pintó un hermoso cuadro de paisajes dramáticos por el que pululan fugitivos y buscavidas, aldeanos y generales, náufragos todos en el río revuelto de la guerra.