Un discurso sobre Renoir, una evocación de mi padre (y el recuerdo de un cuadro de Magritte), un poema sobre Rinkens, un relato en torno a la visita a la casa de Dalí en Púbol. ¿Qué otras cosas recuerdo? Los dos empleados del museo en Winterthur que entraron a la sala con aquel Renoir, valorado en varios millones, y que, con las manos enfundadas en guantes blancos, colocaron el objeto en un caballete, junto a mi atril, y abandonaron de nuevo el recinto. Nunca estuve tan cerca de tanto dinero. Recuerdo la heroica hazaña pedagógica (la única) de mi padre, quien al sospechar que la educación de sus hijos varones lo pondría delante de un esfuerzo que le robaría todas sus fuerzas, descubrió el arte. Pegó en la pared del pasillo el afiche de Ceci n?est pas une pipe, de Magritte. Que vieran cómo arreglárselas con él. Recuerdo el dibujo Linie, de Rinkens, que poseo, y la fuerza que emana de esa línea. Gran línea triunfal, sí, eso es lo que es. Recuerdo la golondrina revoloteando en el cielo del techo, intentando salir al exterior, sin comprender que todo ahí arriba era un cielo pintado por Dalí, con tal au