El diario de destierro De Fuerteventura a París, donde el bronco verso que sirve a don Miguel para
dar rienda suelta a la santa cólera que le provocaba “la abyecta tiranía pretoriana que estaba saqueando
y envileciendo su patria” en la época en que el libro fue escrito se combina con un verso más acendrado,
en que el desnudo paisaje majorero actúa de contrapunto de tales saqueo y envilecimiento, constituye
una obra de una importancia extraordinaria tanto para la vida y la obra del autor, en primer lugar,
como para el destino de la propia España y la imagen de la tradicionalmente denominada “Cenicienta
de Canarias”, en segundo lugar. Para la vida del autor, porque dicha santa cólera contra la canalla que
desgobernaba entonces su patria y la metafísica interpretación del paisaje desnudo de la humilde isla
africana a que aquella lo había desterrado le sirvieron de catarsis en uno de los momentos más dramáticos
de lo que él mismo llegó a llamar su “vida de luchador por la verdad”. Para su obra lírica, porque
dicho paisaje absoluto, libre de toda intervención o interferencia humana, permitió a don Miguel
alcanzar por fin la comunión directa con la divinidad, que tanto había anhelado siempre. Para el destino
de España, porque la repercusión que esos versos de denuncia tuvieron tanto dentro como fuera
de los muros de su país, contribuyeron en buena medida al desmoronamiento de la ignominiosa tiranía
primorriveriana. Y, para la imagen de Fuerteventura, porque esa misma interpretación trascendente
del paisaje y del paisanaje insulares, convertidos por el autor en símbolos de su España eterna,
redimió a la isla de la leyenda negra de tierra maldita que, debido a su aridez y al desdichado régimen
señorial que había sufrido hasta el siglo XIX la había perseguido hasta que el poeta vasco le confirió
una nueva dimensión moral y estética.