En el panorama de la poesía europea contemporánea, la obra del escritor esloveno Boris A. Novak (1953) sorprende tanto por el vigor de su voz -dueña de un timbre inconfundible- como por su pasmosa versatilidad, capaz de plasmarse en chispazos metafóricos (lindantes con la greguería), estampas y meditaciones de corte autobiográfico o, más recientemente, en el poema extenso de aliento épico marcado por las tragedias de la historia de la antigua Yugoslavia. Sus referentes poéticos van desde Dante y los viejos trovadores hasta Paul Valéry, Edmond Jabès o Seamus Heaney, a los que ha traducido con maestría. La impersonalidad inicial de su escritura ha ido integrando con los años los datos de la subjetividad y la reflexión sobre la historia, dando lugar así a una obra en la que las contradicciones del presente personal y colectivo se dan la mano con el esplendor del eros y el asombro por la existencia. Para Novak, la búsqueda de distintas formas y estructuras del verso significa la búsqueda de una manera estéticamente provocativa de demostrar que un poema perfecto es la revelación más elocuente de la sangrienta, trágica, conmovedora imperfección del mundo.