Los alimentos funcionales o de «diseño» promueven un efecto fisiológico o psicológico más allá de su valor nutritivo tradicional, conteniendo nutrientes u otros componentes que afectan a funciones diana del organismo (como el crecimiento y desarrollo en la primera infancia, la regulación de los procesos metabólicos, la defensa contra el estrés oxidativo, las fisiologías cardiovascular y gastrointestinal o los rendimientos cognitivo, mental y del estado físico).
Los alimentos funcionales, ya sean alimentos naturales, modificados o una combinación de ambas posibilidades, pueden contribuir al mantenimiento del estado de salud y bienestar o bien a la reducción del riesgo de padecer una determinada enfermedad. Además, un alimento puede ser funcional para la población en general o para grupos particulares de la población.
El consumo creciente de estos alimentos hay que enmarcarlo en el contexto de una sociedad desarrollada y cada vez más longeva que mayoritariamente ha superado sus necesidades materiales básicas y en la que mantener salud o mejorarla a través de la dieta es un objetivo prioritario.