Guillermo Zetto, cumplidos los treinta y cuatro años de intrascendencia vital, ya no quiere ser registrador de la propiedad. Lo que en realidad conviene a sus nulas aspiraciones de futuro es limitarse a amar platónicamente a una muñeca neumática mientras despacha ferralla genital en un sex shop para una extravagante caterva de parroquianos: una vidente obesa, un viajante asténico, un juez de instrucción, un profesor de instituto con veleidades pederastas, un superior mexicano, un prostático mercader de repuestos automovilísticos o un anciano mendigo, preso de una desmedida glotonería cinéfila y masturbatoria.
Sin embargo, tan modesta ambición se ve entorpecida continuamente por un severo progenitor jurista, por una familia lejana, tan tradicional como decadente, por un fetichista empecinado, por una ex novia de crispado genio, por una cuadrilla de jóvenes maleantes, por una red internacional de contrabando, e incluso por los diferentes cuerpos policiales de nuestra geografía, empeñados todos en que Guillermo, personaje demencial, encantador y enamorado, no debe ser como es; o que es como no debe ser.