«Walläda sabía que estaba amando a Zaydûn sin habérselo propuesto y sin poder
encontrar una explicación a su sentimiento; había encontrado el rumbo de su
destino, se había rendido al amor arrebatado que sentía dentro de sí y ello le
proporcionaba una libertad nueva y maravillosa.»
Córdoba, siglo XI. El esplendor de al-Andalus toca a su fin. Mientras los
gobernantes libran entre ellos despiadadas y, a la postre, estériles luchas por
el poder, el hambre y el dolor cabalgan por las calles de la capital del
califato.
Sólo un lugar de la ciudad cobija aún el antiguo espíritu de los Omeya: el
salón literario de la princesa Walläda, una mujer fascinante que recita versos
que compone ella misma, se muestra ante los hombres con el rostro descubierto,
pese a la ley coránica, y luce orgullosamente sobre el hombro un tatuaje que
reza: «Doy poder a mi amante si descansa sobre mi mejilla, y mis besos otorgo a
quien los merece.» La fama de la joven pronto traspasará las fronteras de
Córdoba. Su historia de amor con el también poeta Zaydûn nacerá destinada a
habitar en la leyenda. Los ardientes poemas de Walläda, recorridos por el mismo
anhelo de plenitud que encaminó sus pasos, constituyen todavía una de las
cumbres de la lírica árabe de todos los tiempos.
Tras los éxitos de La Estirpe de la Mariposa, Abderramán III. El gran califa de
al-Andalus y Almanzor. El gran guerrero de al-Andalus, Magdalena Lasala nos
deslumbra ahora con el retrato de una mujer que si, por una parte, fue conocida
como la «última princesa», el último fulgor de un mundo condenado ya al ocaso,
por la otra abrió una senda por la que aún seguimos transitando. La que reflejó
en uno de sus versos: «Camino, orgullosa, mi propio destino.»