En un domingo, 21 de diciembre, Francisco Umbral se sentó a escribir un diario indiscreto, en el que nos revela su relaciones con Rimbaud. ¡No el poeta, ese endemoniado genio decimonónico francés, que, a lo diecinueve años, ya lo había escrito todo y se largó a Abisinia ! La Rimbaud de Umbral es una niña «efeboandrógina, efeboacrática, efeboanarco», a quien, al parecer, conoció en la Bobia del Rastro —en un domingo precisamente— y que llevaba «las gafas de Ramoncín y un tiranosaurio en el hombro», mientras «trapicheaba en el material».
Este es, pues, la verdadera historia de Paco y Rimbaud, el «carroza» sabio y cachondo y la niña snifadora de popper, libros y mitos que lo trae de cabeza. Pero, no nos engañemos, La bestia rosa no es la niña —ni tampoco él : son «los dos, reunidos en la cópula, un monstruo de dos espaldas». . .
Rimbaud/niña, como Rimbaud/poeta, a sus escasos años, ya lo ha hecho todo. Y también lo sabe casi todo del sexo y, cuando no lo sabe, lo intuye, o, al menos, lo sugiere y, al parecer, lo hace posible.
¿A quién no ha suscitado fantasías eróticas esa mujer-niña, esa mujer-bruja, esa niña-sabia, ese enigma al fin, que bien podría llamarse Rimbaud ?
Lo que ocurre es que pocos son los que tienen la facultad de expresar y comunicar ese deseo como ahora lo hace Paco Umbral. Y lo hace, además, creando, en ese maniatado lenguaje sexual nuestro, las palabras y las expresiones que contribuyen a liberarlo de esa mojigatería ancestral, tanto cuando divaga sobre la verga tardobarroca, como sobre esa exploración inagotable del cuerpo ajeno.