"Silvia tiene quince años y su cuerpo comienza a ondular como un trigal al viento; tiene cabellos de aurora y ojos de crepúsculo". Una tarde, al volver de la escuela, asiste a la ruptura definitiva de sus padres. Para ella el drama familiar se sitúa en otro nivel: vive la marcha del padre como un abandono. La madre, queriendo con sus críticas apartarla del mismo, no consigue otra cosa que suscitar la agresividad hacia ella. El período de la adolescencia por el que atraviesa Silvia, sus fracasos escolares, no harán más que agrandar el foso que separa a la hija de la madre.
Silvia se ve sumida en la más negra soledad. Como perro perdido en la noche, busca por las calles de Ginebra algo o a alguien que llenen su vacío afectivo. En días de fiesta galopa ilusionada con Hilario en los caballitos del tíovivo. Jean, sumido en la droga, intenta iniciarla en los placeres prohibidos. Carlos, el chulo de barrio, se lanza sobre ella como lobo famélico...
Al borde del precipicio, busca refugio en casa de los abuelitos y tíos de Alicante. El cariño de estos le hacen soñar de nuevo con su padre, ve de lejos con otros ojos a la madre. Un viento de poesía y ternura acaricia su cuerpo en las playas de San Juan.
Vuelve a Ginebra; una tarde encuentra en el parque a Hilario, su primera ilusión...