Jerusalén, año 1175.
Balduino IV ha sido coronado hace unos meses rey de Jerusalén siendo apenas un adolescente, pero sufre claros síntomas de lepra. Sus tutores quieren protegerlo de toda clase de peligros y accidentes, pero él se empeña en ser adiestrado en las armas, como cualquier cruzado cristiano.
Tan peliagudo encargo recae en Amadís Pérez de Traba, un caballero de origen hispano de habilidad portentosa con la espada. Un hombre taciturno, zarandeado por su propia tragedia: perdió a su hijo pequeño, a causa —también— de la lepra, y a su esposa, quien se lanzó de una muralla al no poder soportar el percance. Todo ello lo llevó a ingresar en la Orden de San Lázaro, de la que es su gran maestre.
Con la ayuda de Amadís, Balduino endurece su cuerpo y su espíritu. Renace como hombre y como soldado cuando muchos ya lo daban por muerto. Se empeña en reinar y en defender su territorio de los ataques de un nuevo caudillo musulmán llamado Saladino. A pesar de que la enfermedad resulta implacable, Balduino librará grandes batallas al lado de templarios, hospitalarios y caballeros de San Lázaro. En tan intenso reinado lo compartirá todo con su maestro de armas: las victorias, los desastres, las intrigas en la corte… y hasta el amor de la mujer que se cuela, sin pretenderlo, entre ambos corazones.
Cuando el final se acerca, el rey moribundo confía un último deseo a quien hasta ese instante ha sido como su misma sombra. Amadís tiembla al escucharlo. El hombre que jamás ha rehuido una batalla en su vida se debate ahora entre el deber y la desobediencia. La pelea por el reino de Jerusalén no ha hecho más que comenzar para el gran maestre de San Lázaro…