Al protagonista de esta pieza de Francisco de
Quevedo se le aproxima implacable la última
hora, pero lejos de vivir desesperanzado sus
últimos días lo hace tranquilo y aquietado.
La doctrina de Quevedo, salpicada de referencias
bíblicas y de reminiscencias clásicas,
enseña que el optimismo debe presidir nuestros
días, y que no se ha de vivir con angustia
ni sufriendo por temor del porvenir.
Ni nuestras acciones, virtuosas o viciosas,
ni la vida sacramental son decisivas para
el juicio de Dios, pues en tal caso su gracia
quedaría rebajada al nivel del comportamiento
humano, y los hombres pecarían
siempre de soberbia. Bien mirada, esta diferencia
cualitativa entre Dios y sus criaturas
no es desventajosa para los pecadores.