Muchas grandes historias comienzan con una bienvenida o una despedida. Esta historia, la de Ana Martínez y su familia, marcada por la resonancia de un nombre que no se debe pronunciar, Babujal, puede que sea insignificante, pero está llena de ambas cosas: bienvenidas y despedidas. Y a menudo resulta demasiado fácil confundir lo uno con lo otro.
Aquella tarde, frente al ataúd de su padre, Ana no conseguía decidir si había vuelto a El Catalar a despedirse de él, y enterrar para siempre su pasado, o a dar la bienvenida a la verdad.
Entre los ecos de batallas sangrientas de una guerra en la que nadie ganó nada, un terrible crimen cuya resolución sigue llena de incógnitas más de dos décadas después y la alargada sombra de un demonio del folclore cubano que la acecha agazapado entre los matorrales, camino del claro, Ana hace frente a los dramas de una vida que siempre ha estado en construcción, cuyos débiles cimientos nunca dejan de resquebrajarse, y desentraña secretos hasta recomponer un cuadro turbio, gris y salpicado de sangre.