En los primeros compases del siglo ix, Alfonso II el Casto viajaba desde su corte en Oviedo hasta uno de los confines más remotos del Reino de Asturias para contemplar con sus propios ojos el sepulcro donde, según el obispo Teodomiro, yacían los restos del apóstol Santiago. Aquella fue la primera peregrinación jacobea documentada y el inicio de un fenómeno que perdura en nuestros días y atrae hasta el antaño temido finis terrae a miles de personas de los cinco continentes.
El escritor Miguel Barrero recorre el Camino Primitivo con el ánimo de averiguar las razones que mueven a gentes de diversas razas, creencias y nacionalidades a abandonar sus casas y caminar por las sendas por las que nuestros ancestros perseguían los secretos del crepúsculo. El itinerario seguido por el monarca asturiano en aquel periplo inaugural, reconocido como Patrimonio Mundial por la Unesco en julio de 2015, es hoy un punto de fuga en el que se dan cita creyentes y agnósticos, viajeros y turistas, héroes y canallas. Una larga cadena tejida a lo largo de los siglos que recorre la distancia entre Oviedo y Compostela atravesando parajes tan hermosos como inquietantes: esas tierras en las que una vez estuvo el último límite de la cristiandad y donde nuestros antepasados más lejanos ubicaron los exactos dominios del fin del mundo.