Como es sabido, Mequinenza es el centro del mundo. En realidad, lo mismo podríamos decir de cualquier pequeña localidad donde los habitantes se conocen unos a otros, donde la vida se ve pasar sin tapujos y donde cualquier pequeño suceso es susceptible de adquirir, entre la ironía y el humanismo, una condición metafísica. En Calaveras atónitas está el mejor Jesús Moncada, el humorista profundo de las historias de una antigua Mequinenza en la que confluyen leyendas de Aníbal con una curiosa competición por ver quién inaugura el nuevo cementerio, ecos napoleónicos con partes judiciales que, por singulares razones, consideran moribundo a un decapitado, o la Cosa Nostra con una vedette francesa que al final resulta ser alguien de la localidad. A través del Ebro, el autor, hoy ya un clásico, hace llegar a este paraje del interior el paganismo y la sabiduría del Mediterráneo. Todo empieza cuando en los años cincuenta un nuevo secretario de juzgado llega en autobús a la plaza de Mequinenza