Lo que narra este relato humorístico de pulso trepidante es algo que nos ha ocurrido a todos alguna vez.
Paul Tanner vive una existencia tranquila, dedicado a la elaboración de documentales para la televisión. Pero, un infausto día, recibe en herencia un viejo caserón. En ese momento, adopta la decisión más infortunada de su vida: vende su casa y emprende la renovación de la heredada.
Apenas iniciados los trabajos de rehabilitación, su vida se convierte en un pequeño infierno. Al cabo de dos semanas, la casa está peor que cuando comenzaron las obras. Las fauces del infierno se han abierto ante él.
Desfilan, uno por uno, todos los gremios: albañiles chalados, techadores delincuentes, electricistas locos… Se diría que todos se han confabulado para arruinarle la vida al señor Tanner.
En efecto, no existe instante más temible que aquel en que, en plena obra de rehabilitación de una casa, a uno se le ocurre pedir algo a un obrero que está trabajando en esa obra y éste, con cara de extrañeza, responde: “¿Está de broma, señor Tanner?”.
“Cuando un albañil os dice que os vais a estampar contra un muro, habla con conocimiento de causa. Pero yo no quería escuchar nada, no quería saber nada del naufragio que me esperaba ni de los filibusteros que ya estaban acechándome”. J-P. D.