Como narrador, Joseph Conrad sintió la necesidad de transmitir toda la poesía de un mundo que se desvanecía, el mundo de la navegación clásica, de los veleros y la aventura, de las últimas grandes exploraciones, del color local que podía hallarse en aquellos rincones donde no había llegado ningún explorador blanco a «fisgar»; y todo esto quiso hacerlo sin ocultar que ese mundo, todo el mundo, era brutal y despiadado, que estaba sometido a las leyes inflexibles del mercado, al prosaísmo del rendimiento del capital, a la arbitrariedad despótica de los poderes locales y los imperios.