Nunca fue mi intención escribir una historia sobre espadas y castillos, sino más bien la de pasar sobre ella para hablarle a mi hijo de cosas mucho más peligrosas y afiladas que una punta de acero, de otras mucho más fuertes y elevadas que la más alta fortaleza. Quise hablarle de un camino… A lo largo de dieciocho años, Pelayo Martín fue entretejiendo esta aventura que fue dando a su hijo conforme crecía. En ella, quiso contarle sobre los hombres, de su poder y su miseria, de su miedo a encontrarse a sí mismos y de su valor para seguir buscando, hollando sin descanso el camino hasta convertirlo en valle. A través del joven Helder, descubriremos la esencia de los valores frente a todas las miserias humanas; se despertarán la tolerancia, como arma para transitar por este mundo, el apoyo mutuo, la búsqueda de la felicidad en las cosas a nuestro alcance, la conclusión de trabajar para vivir, y no al revés, el valor de las cosas que no podemos tocar… Helder parte de su aldea para transportar en su viejo carro el grano hasta el molino y regresar con la harina que les librará del hambre durante ese invierno, pero no imaginará que esa pesada carga sería sólo una pequeña parte de la que habría de soportar a partir de ese día… Augusto, un vagabundo adolescente en apariencia, los dos soldados sin fortuna Craso y Líos, o una anciana a la que recogen durante su truncado viaje, venida de un lugar que nos será familiar, serán algunos de los compañeros de esta aventura que ya es tuya, de este camino que, al igual que ya hizo el hijo de Pelayo, ahora te toca emprender a ti. Buen viaje.