El sol puede hacer que alguien pierda la cabeza en un campo de tiro. ¿Sólo el sol? También el pasado y el miedo, la realidad y lo que nunca se ha atrevido a contar.
«Y es que en La Habana cualquiera puede interpelar a cualquiera como si se conocieran desde la más tierna infancia, desde los pañales y el babero. Como si hubiesen compartido la almohada, las pantuflas y el cepillo de dientes. Muy pocos son los misántropos que se rehusan a atender las demandas del prójimo, a proporcionarle consejos, criterios, datos, referencias, diagnósticos, pronósticos, consultas legales o espirituales, posibles alternativas y hasta la hora, que así de pegajosos y serviciales somos los habaneros, los cubanos amigos, amigos todos, ¿por qué no decirlo?, ¿verdaderamente por qué no decirlo?, la cubanidad es amor. Por ello nuestro desamparo es enmascarado, perverso, hipócrita, menos obvio que el de otros en otras capitales. Infamias, abusos, crueldades, abandonos, heridas, quemaduras, sufrimientos y soledades se ocultan entre los pliegues del gran amor nacional».
La eficacia narrativa y la excelencia de la escritura confluyen aquí para conservar el abismo, narrarlo con todos los detalles y las palabras, sin omitir ninguno de sus registros, ninguna de sus sombras.