La obra se divide en dos grandes bloques. El primero, dedicado a la montería del jabalí, concluye con unos avisos sobre cómo han de servir los cazadores a los reyes. El segundo trata de la ballestería; se inicia con una exposición y definición de los diversos tipos de cazadores —chucheros, cazadores, monteros y ballesteros—, y explica que entre los conocimientos del ballestero, además de saber «concertar vn iaualí… para poderlo assí matar», debe «saber tambien matar los venados, gamos, corços de las atalayas, hazer batidas para lobos, y conocer los passos de los iaualíes», por lo que prosigue su obra explicando la caza de los gamos, venados y lobos y zorros, para cerrarla con la publicación de la carta que el duque de Lerma envió a su padre, Gonzalo Mateos, y una «Declaración de algunos nombres que usan los monteros y ballesteros en su profesión». Como es sabido, el arte de la caza también era una escuela para enseñar a los príncipes las artes militares. No en vano, el montero mayor Juan Mateos dijo de ella en su libro Origen y dignidad de la caza, de 1634: «La caza es la mejor manera de enseñar la teoría y la práctica de las artes militares».