El escritor, primero, nace. Después, lee y se va haciendo escritor o lo que sea. Y lo hace poco a poco. Lentamente. Porque este es un viaje para personas de paso lento y nada seguro. Uno nunca sabe qué puede suceder después de haber escrito la primera palabra de una frase. Para este viaje, que dura toda la vida, El deseo de escribir es una utilísima y práctica alforja de la que cualquier viajero -joven o viejo, profesor o escritor- podrá extraer, cuando así lo considere oportuno y necesario, alimento y líquido con que saciar su hambre y sed temporales de aprender o enseñar a conjugar el verbo escribir. Lo cual, en estos tiempos de desorientación curricular y ?escritularia?, es de agradecer.