Samuel Pepys (Londres, 1633-1703) era hijo de un modesto sastre londinense, pero su parentesco con Sir Edward Montagu, futuro Lord Sandwich, le permitió colocarse en un puesto oficial e iniciar desde allí una carrera de funcionario que habría de colmarlo de honores. Llegó a ocupar el cargo de Secretario del Almirantazgo, fue miembro del Parlamento y Presidente de la Real Sociedad. A los veintisiete años comienza la redacción de este diario y lo termina diez años después, obligado por una enfermedad de los ojos que amenaza con hacerle perder la vista. A través de la lectura de la obra podemos representarnos claramente la personalidad del autor. Pepys era un hombre inteligente, estudioso, lleno de una gran ambición y cargado de muchas y muy profundas debilidades. Poseía dos innegables virtudes: la sinceridad ante sí mismo y la capacidad de trabajo. Le interesaban todas las manifestaciones de cultura: la música, la pintura, la literatura, el teatro. Dominaba varias lenguas, vivas y muertas. Tocaba el laúd y componía pequeñas obras. Pero, simultáneamente, y con igual entusiasmo le atraían el dinero, las mujeres, los halagos, el vino y la buena mesa. He aquí, pues, el hombre más indicado para ofrecernos el verdadero cuadro de la Inglaterra del siglo XVII.
Así como las virtudes de Pepys nos hacen vivir con tanta naturalidad los grandes acontecimientos políticos de su patria, la terrible peste de Londres o el incendio de la ciudad, así también son sus defectos, sus vicios, los que nos revelan la vida íntima de Carlos II, las costumbres pintorescas y licenciosas de la corte, las intrigas de los palaciegos o la cantidad de platos que ofrecía un menú de la época. Esta dualidad de carácter le ha prestado un estilo al autor y sus páginas resultan amenas y vividas porque en ellas se han mezclado con ese capricho de la vida cotidiana los nombres famosos de un Shakespeare, un Holbein o un Cromwell con aquellos otros más humildes de un librero, un posadero o una prostituta. Pepys recurrió, para redactar sus notas, a un sistema de tipografía inventado en 1620 por Shelton, un oscuro profesor londinense. Probablemente si Pepys no hubiese dispuesto de este sistema encriptado de escritura hubiera contenido su sinceridad evitando estampar nombres y sucesos que, de ser conocidos por sus contemporáneos, podrían haberle costado la carrera o la vida. El libro permaneció inédito hasta 1825, en que el reverendo John Smith acometió la transcripción, labor que le llevó tres años. Este volumen recoge una amplia selección de los Diarios de Samuel Pepys.