Con una mirada lúcida, crítica, pero cargada de complicidad, este libro recorre el panorama de las lecturas dirigidas a las niñas y a las adolescentes de aquella larga posguerra que se extendió durante dos décadas. Sin casi percatarnos del tiempo transcurrido, nos vemos de nuevo sumergidos en un mundo de religiosidad, estricta moralidad y silencio como un manto con el que se pretendió cubrir una dura realidad de miedo, represión y pobreza. pero también de unas ansias infantiles de aventura, de emoción, de sublimación de los deseos, que se trataron de satisfacer con aquellos entrañables relatos, con aquellas heroínas de la vida cotidiana que, como Celia, Mari-Pepa o Antoñita, ejercieron en las lectoras un fuerte poder de identificación y, por tanto, de evasión de una realidad más vulgar. Porque, como dice la autora «para muchas lectoras infantiles no funcionó el pacto de ficción autobiográfico y leyeron los diarios de Celia o de Antoñita como verdaderas biografías de personajes reales y cercanos».