Durante los años sesenta que sucedieron a nuestra guerra civil, la formación que se proporcionaba a las jóvenes en los colegios, llamada cultura general, incluidos el francés y el piano, las labores de costura y las clases de cocina, iba enderezada directa y deliberadamente a la consecución de la única y digna meta reservada entonces a la mujer española: el matrimonio. Pero resultaría injusto silenciar que de nada, o de muy poco, habría servido bagaje educativo tan conveniente, si aquellas jòvenes no hubieran contado con la cooperación inestimable de sus madres. De unas madres, cuya abnegada labor solo conoció el premio de la íntima satisfacción del deber cumplido, y que consistió en hacer todo lo posible, y a veces lo imposible, para conducir a sus hijas por el sendero más recto hacia el tálamo nupcial.