La vida y el pensamiento de Roland Barthes se caracterizan por un intenso intercambio de experiencias e ideas con representantes de todas las disciplinas. Por esto, Louis-Jean Calvet recurrió en su lograda reconstrucción de la trayectoria de Barthes a testimonios de figuras tan diversas y relevantes como François Mitterand, Claude Lévi-Strauss y Philippe Sollers.
La obra de Barthes es polifacética, pero dentro de sus muchas dimensiones posee una última unidad inequívoca: la mirada que no se rinde ante la complejidad de la realidad contemporánea.
Discreto y celoso de su intimidad, Roland Barthes vivió durante muchos años en Rumania y Egipto, pero la verdadera aventura de su vida es su obra y su enseñanza en el París de las décadas de 1960 y 1970. Entre el silencio de su escritorio y la tensa calma de las aulas repletas de estudiantes sedientos de perspectivas nuevas, maduraron sus teorías y sus textos.
Con su espíritu profundamente urbano, él necesitaba hallarse en medio de los procesos socioculturales a los que iba descifrando leyendo los signos de la realidad día a día. Y así murió. Como esos fenómenos descritos por él mismo, que nacen y mueren en las oleadas de los movimientos de la gran ciudad, un día Barthes fue atropellado por una furgoneta. Su rostro quedó borrado y tardaron mucho en reconocer su identidad.