Los pueblos que no conocen su historia, están condenados a repetirla”. Con esta conocida sentencia de Winston Churchill el autor comienza esta historia de Andalucía escrita, de forma amena y divulgativa, tanto para el público joven, como para las personas de cualquier edad que deseen acercarse a la historia andaluza. Conocer la historia de un pueblo y de una tierra es siempre una aventura apasionante. La misma que vivieron durante muchos siglos los andaluces, a lo largo de mil batallas, civilizaciones y culturas, hasta configurar su realidad en nuestros días. Desde los textos históricos generalistas se desprecia, habitualmente, la intrahistoria andaluza. Pareciera que tan sólo otras tierras la tuviesen propia, y que la andaluza hubiese nacido con la Reconquista. Eso no es así. Las raíces andaluzas, que son muy antiguas, se han ido enriqueciendo y mestizando de forma continuada a lo largo de los siglos hasta configurar su plural identidad actual. Conocer la historia es mucho más que disponer de una colección de datos, nombres y batallas. Es conocer el devenir del mundo. Conocer nuestra historia es conocer el devenir de nuestro mundo. El dilema podría ser, en todo caso ¿para qué? Porque, gracias a que la historia nos dice lo que hemos sido, podemos decidir qué ser. Nuestra historia es lo que somos. Prescindir de ello sería tanto como prescindir de nuestro futuro. Por eso es tan importante acercarla a la gente. En especial a los jóvenes. La historia de Andalucía es la de un reencuentro permanente. Consigo misma. Desde hace, más o menos, seis mil años, el ser andaluz no ha hecho más que reafirmarse. Renacer después de cada cambio –por llamar de una manera suave las sucesivas colonizaciones sufridas- como una nueva Andalucía que sigue siendo la misma. Andalucía se renueva, nace y se reencuentra, en la ida y vuelta de los curetes, la civilización tartésica, el renacimiento turdetano, la Bética, romana ante a las provincias del imperio y autónoma frente el imperio. Las invasiones depredadoras de cartagineses, visigodos y castellanos. Y, en medio, por delante, por encima de todo eso, un mismo espíritu universal y eterno, para asumir y absorber. Asumir cuanto de positivo traen los nuevos visitantes –otra vez una expresión amable para la voracidad ocupadora- en un ejercicio único de tolerancia, respeto y adaptabilidad. Absorber a esos nuevos visitantes –o invasores- devolviéndoles su propia cultura, cuando la traen, mejorada; o prestándosela con generosidad, como parte no esperada del esperado botín. Y rebeldía. Contra toda ocupación, contra toda ocultación, contra imposiciones, manejos, esclavitud: Hermenegildo, Oppas, Abderramán, Ibn Ammar, Medina Sidonia, Cantonalismo, Federalismo, la Constitución de Antequera, el Movimiento Juntero. Y Blas Infante. Hasta un inesperado 4 de diciembre de 1977, máxima lección de civismo y participación, máxima demostración del derecho a la Autonomía, a la libertad. Aviso para navegantes a todos los grupos, de cualquier signo, ya defiendan o nieguen la autonomía. Si sirve para aprender, la historia debe ser conocida. Si queremos evitar el error de repetir nuestros errores; si queremos incidir en nuestros puntos fuertes, debemos conocer unos y otros. Por ello debe respetarse el rigor, todo lo posible. Y debe contarse como una historia que es, con su argumento, sus nexos y sus consecuencias. Y, naturalmente, de forma que su lectura sea amena. De nada sirven los libros más eruditos, si no son leídos. Este libro se ha concebido desde estas premisas. Está dirigido a los jóvenes, por su forma directa, amena, sencilla, aunque no simple, de expresión. Está dirigida a ellos, también, porque son la parte de la sociedad más receptiva. En mejor disposición para aprender y para comprender. Y merecen una información objetiva y veraz. Pero, no se nos olvide, si es comprendida por los jóvenes, lo va a ser por cuantos abran sus páginas. Por eso es un libro dirigido a todos aquellos que quieran tener una idea global de la historia de nuestra tierra, dónde los hechos no están aislados, dónde no nos limitamos a referir epopeyas, sino desde donde podremos conocer la vida de un pueblo: el nuestro. Nosotros.