Al grito de ¡Vivan los Comunes!, multitud de comuneros se manifestaron por los pueblos de Navarra en el primer tercio del siglo XX. Una protesta que amaneció espontáneamente en las conciencias de unos comuneros conscientes, conocedores de los procesos de privatización y convencidos de la misión inmemorial del comunal como mitigadora de desigualdad. Un conflicto social que fue cobrando fuerza conforme se desarrollaba el proceso de empoderamiento de los campesinos, quienes se acabaron rebelando para evitar seguir siendo explotados por más tiempo por corraliceros y labradores pudientes. En torno al comunal surgieron toda una serie de conflictos que la Diputación tuvo que resolver a marchas forzadas. Ya no bastaba con repartos de pequeñas suertes en los sotos donde cultivar productos de subsistencia. La expansión demográfica, el impulso económico, el progreso social y el eclipse de los conflictos exigían una mayor amplitud de miras, acabando, entre otras cosas, con la «anarquía en el disfrute de los comunales».