El emperador Constantino vivió en una época de transición de las más dramáticas de la historia. El paso del Bajo Imperio Romano hacia la Edad Media provocó numerosos cambios en la escena social y política de todo Occidente. A partir del siglo IV, se icorporan a la escena nuevos actores que, bajo la dirección del emperador, irán sentando las bases para consolidar el papel de la Iglesia como poderosa institución.
Haciendo caso omiso del reparto de poder que había empezado Diocleciano con el sistema de la Tetrarquía, Constantino se propuso concentrar todo el Imperio en sus manos bajo el signo de la Cruz, hacer del cristianismo una señal de identidad, y fundar Constantinopla como nueva capital del Imperio. Todo ello le otorgó un protagonismo que habría sido imposible si hubiese mantenido la religión pagana y la vieja capital en Roma. Constantino se rodeó de los personajes necesarios para representar, con el brillo de la púrpura, el papel del más grande actor de la historia.