Tras la victoria definitiva sobre el absolutismo, se asentaron en Europa las bases sobre las que descansa el orden social del presente: la igualdad ante la ley, los derechos y libertades, el poder político representativo y el pleno capitalismo. La España isabelina, tan a menudo despreciada o condenada por sus herederos, formó parte inseparable de esa Europa en ciernes. Sus dirigentes compartieron virtudes y carencias con los de países vecinos más avanzados; sus ciudadanos ganaron y perdieron en la medida que lo hacían sus semejantes del otro lado de los Pirineos. Sobre todo, unos y otros opusieron una decidida voluntad de modernización a la pérdida de un imperio, a los estragos causados por cuatro décadas de guerras y al retraso acumulado a lo largo de varios siglos. No todo el esfuerzo se hizo en vano. Progreso y libertad propone repensar una España tan abigarrada como la actual insertándola en aquella Europa y ponderar los éxitos y fracasos de ambas tras haberlas contemplado desde distintos ángulos. Para ello, la comparación sistemática y cuantificada se combina con la narración de los acontecimientos y la atención a los nombres propios. Necesidad e indeterminación corren parejas al hablar del tiempo en que los europeos se creyeron dueños completos de un futuro que iba a cumplir solamente una parte de sus designios.