El progreso tecnológico, en particular sus desarrollos más disruptivos como la inteligencia artificial, la robótica, la realidad virtual, la impresión 3D, la nanotecnología, etc. nos van a conducir a una sociedad tecnológica que no podemos siquiera imaginar. Será, sin duda, un cambio de paradigma en las reglas de convivencia de la especie. Las máquinas y algoritmos capaces irán ocupando los mismos espacios que el ser humano en la cúspide de la pirámide evolutiva. Uno de los fenómenos más preocupantes es el desplazamiento de puestos de trabajo y la ocupación masiva de tareas por parte de autómatas. Si el pasado de las revoluciones tecnológicas ha sido benévolo, generando a la postre más y mejores oportunidades labores que aquellas que eran destruidas, el futuro no parece tan indulgente. No hay compensación posible cuando las máquinas y algoritmos superen todas y cada una de las habilidades del ser humano, desde aquellas simples y rutinarias a las más creativas y complejas. Este panorama requiere una acción colectiva de formidable magnitud que permita, hasta donde sea posible, poner en marcha alguna de las opciones que están en la mano del ser humano para limitar, moderar o mitigar, hasta donde sea posible, los efectos del progreso tecnológico. En el mejor de los escenarios, la intervención podría no solo asegurar una digna existencia a las personas en el futuro que se nos viene encima, sino incluso aprovechar la explosión tecnológica en nuestro propio beneficio. En el peor de los escenarios, las cosas podrían suceder según cualquiera de las catastróficas variantes que ya hemos imaginado repetidamente en las películas distópicas de ciencia ficción. Hay todavía oportunidades para actuar, pero el tiempo disponible desaparece de manera acelerada, y pronto los impactos del progreso podrían tornarse irreversibles. Es tiempo de considerar las opciones disponibles y jugar nuestras cartas como la -todavía- única especie inteligente del planeta. Los prototipos de una especie más inteligente que la nuestra están ya siendo concebidos. Sus destinos no siempre estarán en nuestras manos. AUTOR Aunque soñó con ser secuestrado por extraterrestres y comunicó a su familia que quería ser astronauta, Javier Serrano (Zaragoza, 1970) acabó encontrando su escotilla para mirar asombrado, aquella que permite vislumbrar el futuro de la sociedad tecnológica donde pronto viviremos. Y no, no tuvo que publicar un anuncio para comprar un cohete de segunda mano como le sugerían sus amigos. Su entusiasmo por desmontar y descubrir cómo funcionaban las cosas le convirtió en doctor en ingeniería, y la necesidad de que todo funcionase de nuevo, en especialista en proyectos complejos. De este modo, se dejó enredar en algunos de los retos tecnológicos más ambiciosos del siglo XXI, como el telescopio más grande del mundo, por el que no se han visto alienígenas, y un lanzador espacial, en el que no hubo modo de subirse. Ahora persigue una fuente de energía inagotable. Su temprana pasión por la ciencia ficción le hizo pensar que el mundo pronto se parecería al de sus historias. Mientras espera su mochila voladora, como tantos otros, se apasiona con la divulgación de los retos y la discusión de las opciones que plantea el progreso, sobre todo esas que todavía parecen imposibles.