El tiempo nos sorprende y nos fascina. A menudo, su caprichoso y arrebatado comportamiento pa-rece que no sigue patrones ni medidas, más allá de una marcada tendencia a pasar de la placidez a la ira. A ello se añade la sensación de ser actualmente los protagonistas de algunas de sus más extremas manifestaciones. Si no fuera por la inquietud que nos genera (por ello hablamos de «cielo» y no de «meteorología»), nos gustaría encararnos a él para preguntarle si, verdaderamente, se ha vuel-to loco.