Imaginemos una industria compuesta por máquinas inteligentes que saben organizarse entre sí, prever la necesidad de actualización de alguno de sus componentes, solicitar directamente el recambio a fábrica o, sencillamente, integrarse por sí mismas dentro del modelo de negocio. Imaginemos una carretera capaz de advertir a los usuarios sobre obras, atascos, accidentes, hielo o lluvia, de proporcionar rutas alternativas en tiempo real o de modificar el estado del asfalto según las condiciones climatológicas. Imaginemos un hogar que pudiera aprender nuestros gustos y adaptarse a los mismos, realizar compras o preparar una comida antes de que se lo pidiéramos, llevar la contabilidad personal o avisar a la policía o un hospital en caso de ser necesario. Imaginemos un bosque alertándonos de su propio estado de humedad o avisándonos de un incendio. Imaginemos un mar advirtiendo de los cambios de corrientes, del trasiego de los bancos de peces, del sobrecalentamiento, de la posición de las embarcaciones. Imaginemos un mundo lleno de sensores inteligentes, capaces de proporcionar cualquier tipo de información sobre el medio, a quién la solicite y en el momento y forma en la que se solicite. Imaginemos, ahora, un mundo sin todo ello…