En su actuación ante los tribunales de justicia, el abogado ha de realizar, por supuesto, una sólida argumentación jurídica. Pero, además, debe persuadir al juez de que la postura que defiende es la más justa entre las opciones posibles para resolver el litigio. Para lograr convencerlo, el abogado se vale no solo de argumentos jurídicos, sino también de argumentos provenientes de otros ámbitos, destacando el de la Moral y, en general, el de la racionalidad práctica, que incluye los razonamientos derivados del sentido común y la experiencia vital. La exposición eficaz de tal cúmulo de argumentos requiere del profesional el dominio de la Retórica, pero también de las específicas técnicas proporcionadas por la Dialéctica que le permitan salir airoso de los siempre difíciles debates forenses. Y todo ello, acompañado de una conducta ética acorde a las normas deontológicas de la profesión que encauce debidamente cualquier acto técnico-jurídico.
El manejo y dosificación de estos aspectos en cada situación particular constituye la genuina habilidad profesional del abogado, y en eso consiste precisamente el arte de la persuasión jurídica, que describe certeramente su quehacer cotidiano, tanto en los juzgados como fuera de ellos, distinguiendo su actividad argumentativa de la del resto de los operadores jurídicos.