Si en el 2015 los esfuerzos por cruzar el mar Egeo y el corredor de los Balcanes fueron el foco de atención política-mediática, enseguida el Mediterráneo volvió a ser protagonista por el aumento de naufragios. En el 2017 hubo un repunte en los intentos de saltar las vallas de Ceuta y Melilla, con su consiguiente represión, y en los últimos meses del 2020 la atención se ha centrado de nuevo en las islas Canarias, como “punto de entrada” de inmigrantes, esta vez bajo la coyuntura de la COVID-19. Pase lo que pase a nivel internacional, la política migratoria de la Unión Europea reproduce un lúgubre bucle de eventos a lo largo y ancho de su frontera exterior. Este bucle da fe de la insistente repetición del discurso: da igual que sean cientos de personas o decenas de miles; siempre se trata de una “crisis”. Sucesivamente asistimos a una reiteración de imágenes de esas “crisis”: campamentos con hambre y frío; embarcaciones que no aguantan el peso de sus pasajeros; personas a punto de ahogarse en el mar; buques militares patrullando las costas… Todos los ingredientes para una guerra contra la movilidad, escenificada y coordinada por los Estados miembros y los dirigentes de la UE. Los autores de este libro hacen una acertada crítica al contexto europeo y reparan en el hecho de que son precisamente esas medidas las que intensifican la tensión entre movilidad y control, desatando en consecuencia esas situaciones de “crisis”, que igualmente pueden extrapolarse a la dinámica migratoria que hoy tiene lugar en el continente americano.