Reticente a ponerse bajo los focos, Patrick Modiano leyó, tras recibir el Premio Nobel, un discurso bellísimo que es una auténtica arspoetica en la que desgrana las claves de su obra y su visión de la literatura. Habla aquí del temprano deseo de escribir como un modo de intentar entender el mundo y comunicarse, del solitario proceso de la escritura y de la relación del lector con el libro. Invoca a los grandes narradores del XIX 02013;Balzac, Dickens, Tolstói, Dostoievski02013;, a quienes llama «constructores de catedrales», pero su siglo, el XX, requiere otro tipo de novelas, más discontinuas, y sobre este credo estético ha forjado su obra entera. Y es que todo escritor es fruto de su época, aunque también aspira a lo intemporal, y por eso nos siguen apelando Shakespeare o Racine, y también autores como Poe, Melville o Stendhal, mejor entendidos hoy de lo que lo fueron en vida. El novelista aspira a lo intemporal desde lo concreto, y en el caso de Modiano hay algunos episodios biográficos sobre los que se construye todo su edificio literario: los cimientos surgen de su infancia, como sucede, nos recuerda, con Hitchcock. Una infancia repleta de enigmas y marcada por el mundo incierto de la Ocupación en que vivieron sus padres. Estos episodios y los posteriores de la adolescencia y juventud 02013;cuando, nos cuenta, vencía el miedo para explorar de noche barrios lejanos02013; suceden en una ciudad: París, escenario de encuentros y desencuentros, espacio sobre cuya cartografía indaga en otras vidas y en los secretos de la propia. La misión del novelista, nos dice, es desvelar el misterio que hay detrás de lo cotidiano utilizando la imaginación no para deformar la realidad, sino para penetrar en ella y mostrar lo oculto tras las apariencias. La literatura de Modiano es una permanente búsqueda proustiana del tiempo perdido, pero si Proust retrataba un mundo todavía estable, la memoria es hoy más incierta y los textos necesariamente más ambiguos. Sin embargo, el objetivo del escritor sigue siendo el mismo: luchar contra el olvido a través de las palabras que, como icebergs, asoman en la página en blanco.