El cuadro que representa a Saturno devorando a su hijo es posiblemente uno de los más enigmáticos de la obra de Francisco de Goya. Hasta el mismo título resulta engañoso: no hallamos en el viejo de mirada delirante ninguno de los atributos mitológicos que, en la historia del arte, han caracterizado la representación pictórica de ese dios griego. Y sin embargo, aun liberado de su referente directo, el Saturno de Goya provoca en el espectador un profundo desasosiego. ¿Dónde reside su secreto? En Goya y el abismo del alma, el ensayista y filólogo húngaro László Földényi nos hace partícipes de la epifanía que experimentó en el inicio de sus estudios acerca de la obra goyesca, al tiempo que disecciona las claves que permiten interpretar este cuadro desde una óptica completamente novedosa. En lugar de concebirlo como una alegoría política o acaso como una sofisticada representación de la melancolía, analiza cada uno de los elementos que componen la obra hasta llegar a su sustancia última: la concepción del mundo de un creador genial que, en vez de adscribir el mal a la imperfección del mundo, lo acepta como algo inherente a la propia creación. El Saturno sería pues una suerte de autorretrato intelectual en el que Goya expresa en forma pictórica los misterios inescrutables de la existencia.